Massenet: Meditación
Los nuestros: el Chovinismo como fanatismo
La Historia —la Memoria— es un proceso de selección que significa elección de los recuerdos fundamentales e implica el olvido de lo efímero o intrascendente. Otra cosa es reconocer el mérito del esfuerzo, certero o erróneo. Pero el empecinamiento en defender lo propio frente a lo ajeno, aunque esto sea mejor, es una contumacia que conlleva la aceptación de que el saber no ocupa lugar; y sí lo ocupa: el de los otros saberes que desplaza: por eso la “propiedad” como exclusiva garantía de calidad no crea más que rémoras.
Los nuestros no son los que la geografía chovinista, espacial o temporal, mojona como tales: sino aquellos que se han esforzado por serlo dejando un legado a la humanidad, no sólo a la coetaneidad, pensando en sí mismos como individuos y en los demás como compañeros de viaje, aprendiendo de todos y de todo para resolver sus vidas: tratando de identificar la existencia. Los nuestros son los que nos enseñan a mirar el mundo, blandiendo de sus individualidades sólo aquello que puede individualizar a todos los hombres, sin terruñismos ni fronteras mentales: no expresan lo circunstancial, sino lo esencial: lo que conecta con la raíz de la personalidad: mal favor se le hace a un país poniéndole como ejemplo lo autóctono si hay otros ejemplos foráneos mejores: se imitará “lo propio” y siempre se estará en una mediocridad nacida de la imitación y el culto de un ejemplo que nunca debiera haberlo sido. El chovinismo destruye al chovinista porque todo fanatismo es una fe autista y autodestructiva. Mirar excesivamente lo que consideramos “propio” nos ciega para ver que “lo extraño” es, con frecuencia, más nuestro porque ha profundizado en el hombre y no sólo en las vidas de unos hombres. Y no nos engañemos: únicamente hay una docena de maestros en cada país y un centenar en la historia: los demás son vecinos de la inteligencia y amigos de la sabiduría que nos ayudan a acercanos a ellas: y como tales hay que respetarlos, pero sin que la fácil tendencia a la admiración suplante la contemplación del universo que solamente unos pocos han creado. Si hoy hay tantas “tesis doctorales” sobre autores que no supieron escribir es porque los doctorados no saben leer. Y la miopía induce a creer que lo lejano no existe y que el mundo se reduce a lo próximo. Lo más difícil de aprender en la vida es que lo que nos han enseñado puede ser un error: creamos el mundo a partir de la información que recibimos. Nuestro mundo sería otro si otra fuese nuestra información. De modo que admitir un error no es aceptar una derrota o un atentado contra nuestro yo, sino orientarlo hacia la verdad: una victoria. Los fanatismos (chovinismos, religiosismos, racismos, xenofobias, intolerancias...) proceden de este aprendizaje que no deseamos cuestionar porque tememos que al abrir los ojos entre la luz y nos muestre la tiniebla en la que vivimos, descomponiendo la comodidad de biempensantes que nos hemos fabricado: sólo cuando dejamos de creer que estamos en posesión de la verdad somos capaces de discernir y desenmascarar las mentiras en las que creemos no creer.
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