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lunes, 25 de abril de 2022

Carlos Alcorta: Cántico erótico


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Antonio Gracia: ‘Cántico erótico’
El último poemario del autor alicantino canta el poder del amor y la fuerza invencible del cuerpo, capaces ambos de transformar la realidad y de hacer del bendecido un ser 'otro'.
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Antonio Gracia: Cántico erótico
/una reseña de Carlos Alcorta/

Cántico erótico
Huerga y Fierro
Antonio Gracia

Un título con tantas connotaciones como Cántico erótico no puede dejar indiferente a nadie. El Cántico espiritual de san Juan de la Cruz nos viene a la mente de inmediato y resulta del todo probable que Antonio Gracia lo haya tenido como referente, aunque haya sido con un sentido paródico más que reverencial: no en vano se ha hablado hasta la saciedad de esa pasión carnal que subyace en los versos del santo. De alguna forma, Antonio Gracia desea provocar cierto desconcierto o, quizá, más que provocar, lo que intenta es jugar una partida cuyas cartas han sido marcadas por su propia mano. En el prólogo el poeta nos ofrece algunas consignas que no conviene soslayar:
      "Así, quise que mi escritura —escribe Gracia— fuese voluntariosamente hímnica. Desde el origen de la eternidad somos hijos del eros y del tánatos; pero solo el amor nos da la luz. Por eso este librito empezó siendo un canto, aunque fue, progresivamente, a mi pesar, derivando en un planto. Tal vez porque ya ni la voluntad nos pertenece. Distracciones simplistas de mi pluma son estos poemillas, misivas piropeantes a una dama".
     Sólo el amor nos da la luz, dice, como si se tratara de un poeta renacentista que busca en el amor carnal una forma de acceder a la perfección y, por ende, a la cima de la divinidad, algo que queda manifiesto en el poema «La perfección» que, por su brevedad, reproducimos completo: «Amada mía: ¿sientes/ tú, como yo, cuando te beso/ o entro en ti, que hay un Dios,/ que una divinidad nos acompaña/ y se estremece y brinca el Universo?». Por otra parte, percibimos un notorio afán de rebajar la intención de estos poemas que tienen, como se verá, muy poco de poemillas. Lo que ignoramos es la razón de esa minusvaloración, sobre todo viniendo de un poeta como Antonio Gracia, que con tanto rigor ha ejercido siempre su oficio de poeta  y que es autor de más de dos decenas de libros de poesía, algunos tan importantes como Reconstrucción de un diario (2001),  Devastaciones, sueños (2005),  Bajo el signo de Eros (2013) o Lejos de toda furia (2015). Si hacemos caso a las palabras de Gracia, Cántico erótico fue escrito a la par que otro de su libros, La muerte universal (2013), publicado en la misma editorial que este, Huerga y Fierro, lo que nos lleva a pensar que han dormitado en el cajón durante más de cinco años, un tiempo más que suficiente para que hayan madurado y para que su fermentación destile el mejor zumo.
     No es infrecuente encontrar en la poesía de Antonio Gracia motivos de carácter sensual, los cuales suelen estar vinculado al tópico de carpe diem (el poema «Carpe diem» lo deja bien claro: «Yo, sin embargo, sé/ que el instante lo maravilla todo/ con su fugacidad interminable/ y su estallido inextinguible»): por eso no conviene minimizar el alcance de estos poemas y relegarlos, como el propio poeta nos da a entender, al producto de un desatino más o menos temporal y, echando mano de unas palabras de Fray Luis de León, calificarlas de «obrecillas que se me cayeron de las manos».
     En cualquier caso, Cántico erótico está dividido en tres secciones: «El himno», «Fugacidad» y «El desencuentro». En la primera parte, la que canta el poder del amor y la fuerza invencible del cuerpo, capaces ambos de transformar la realidad y de hacer del bendecido un ser otro, el poeta busca una correlación entre la pasión arrebatadora y una naturaleza violenta, la del mar golpeando furiosa contra las rocas («Mira cómo se estrellan en las rocas/ las olas: de igual modo nuestros cuerpos/ chocan y se golpean entre espumas/ de esperma y de sudor»), o plácida, la de ese mismo mar besando la arena de la playa, según dicte el momento («Qué paz y suavidad esta delicia/ de gozar el edén sin comprenderlo».
     La segunda parte, «Fugacidad», es una meditación filosófica sobre el paso del tiempo, sobre esa inexorabilidad que el amor solo encubre momentáneamente, sin lograr, a la postre, liberarnos de la condena: «Nacemos y morimos, y entretanto/ se nos pasa la vida tratando de entenderla/ en lugar de vivirla». La naturaleza sigue estando muy presente en estos poemas. El horizonte, un tilo, el viento, los pájaros, el mar, el viento, las dunas producen tranquilidad emocional, pero para galopar seguro en ese caballo que es el tiempo es preciso lograr una conjunción entre amor y deseo: «Te abrazo y siento el universo amado/ que fluye por tu cuerpo, cada célula/ mordida, erotizada; y nos dormimos/ dentro del firmamento de la cópula». La confianza desmedida en el amor como escudo contra el fracaso vital y contra el tiempo resulta, a veces, un tanto pueril, decimonónica, propia casi de una canción de moda: «… y que te amo/ con la fuerza del mar: mi corazón», algo que lastra el poemario y que sorprende en un poeta tan exigente como Antonio Gracia, porque en otros poemas, y es norma general, como «La redentora», sí consigue trascender el acto cotidiano del enamoramiento para elevarlo a misiones de carácter más metafísico, como pretendieron Dante y Petrarca («Tú me salvas de mí, de mis demonios./ No me digas que no puedo soñarte/ como divinidad de mi universo»), antecedentes de ese Renacimiento del que hablábamos antes, pero un tanto fuera de lugar en la actualidad si no se hace con cierta ironía. Acaso convendría que la furia de ese «volcán interior que se derrama/ en palabras y versos» se aplacase, antes de dejarlo fluir sin control, con reflexión y pautas de silencio.
     Después de este desafío a lo fugaz a través del deseo y del amor, llega «El desencuentro», la sección más breve del libro. Pese a que de «aquella historia/ sólo queda el dolor de su extinción/ y unos pocos poemas que lo alivian», en varios de los poemas que lo integran, y en este último verso citado, sigue presente el convencimiento de la capacidad reparadora del amor: «Y solamente/ la sombra de la muerte romperá/ la unión que nos convierte en uno», pero versos como este no pueden ocultar que ese enaltecimiento desmedido es el preludio de un fin que se sabe próximo, en la justa curva de la vida, de ahí que el libro, un libro intenso pero sobrado, quizá, de un entusiasmo adolescente que no concuerda con la voz que preferimos de nuestro poeta, finalice con este poema: «Epitafio en la arena»: «Encontrar un lugar apacible/ junto a un lago, un ciprés, una luz/ —o una cóncava gruta traslúcida—/ y morir en la tarde, tendido/ sobre el lecho de la serenidad».

Selección de poemas

LA FUENTE EN LA CENIZA
Amo el temblor rosado de tu boca
y el crepúsculo azul de tu mirada.
Amo la luz carnal que te ilumina
cuando te arrojas como un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel que nos lubrica
y la erosión constante de la piel.
Amo tu desenfreno y mi arrebato
cuando, tendida, te abres como un libro
y esplendes como un saurio.
Amo tu lasitud y mi abandono
tras el fulgor robado a las estrellas.
Amo la ardiente búsqueda infinita
que late en nuestros sexos.

LEGADO
Pienso en ti.
El mundo yace en calma.
La noche brilla oscura
sobre el dolor del hombre.
Aroma los recuerdos el jazmín
y la memoria dicta
la soledad de haber vivido mucho.
Lanzo palabras como redes densas
para apresar la vida.
¡En esta noche hermosa y milenaria
hay tantos escribiendo y esperando
ojos como los tuyos que comprendan
cuanto le confiaron a su pluma!
Tal vez ellos se busquen en mis versos
igual que yo me he hallado en los de otros.
Un día moriré,
y quedaré tan solo en tu mirada,
única luz donde logré escribir
mi nombre verdadero.
Mas también tú te irás.
Y toda esta tristeza y este esfuerzo
serán un sueño repetido y roto.

AMAR EN OTRO CUERPO
Se fueron nuestros cuerpos, cada uno
buscando a cada uno en otro cuerpo.
«Es ley de vida separarse, irse
por el propio camino», nos decíamos.
Pero no era verdad, nunca es verdad
que dos cuerpos que se aman con el alma
puedan hallar su alma en otros cuerpos.
Pueden clamar pasión, pero no amor.
No lo olvides jamás:
cuando te unes con el otro cuerpo
te estás uniendo al mío, como yo
sigo uniéndome al tuyo en otro cuerpo.

EXHUMACIÓN DE LA CARNE
La lujuria sajaba nuestros cuerpos
y el amor se hizo sexo en la alta noche.
Devoración, seísmo y mar furioso
eran los elementos del paisaje.
Las olas, como coitos encendidos,
penetraban en nuestra piel bullente,
y la luna abrasiva era una gota
de semen sobre el cielo. Cuánta noche
de aquel beso perdura en esta noche
de mi vida, ahora que el amor
y la lujuria se han quedado solos
como todas las ruinas, prisioneros
de la devastación y la memoria.

HOMO SEMENS
Golpea el pedernal del tiempo, alumbra
la génesis del mar silente y veo
lascas de huesos, siglos astillados,
carne elevada hasta la inteligencia.
Una caverna exhibe su clamor
de júbilo rupestre, y la azagaya
del atavismo enérgico comienza
su viaje seminal por los milenios
taladrando esqueletos y fraguando
auroras y caminos en la niebla.
La exuberancia de la vida extiende
su lírica lujuria de hombre en hombre,
y cada gruta es una catedral
y cada manantial una pirámide.
Besos de sílex, cópulas de piedra,
ruinas, menhires, pálpitos grabados,
rostros de la existencia interminable.
Avanza desde el piélago el glaciar
inmóvil, renaciente, indestructible,
desembocando en páginas y lechos,
en ríos y conciencias de granito.
Alguien de arcilla abraza contra sí
otro cuerpo y se tiende sobre un dolmen
en la coital vorágine estruendosa,
reencarnando la anábasis eterna
hacia la luz, la cólquida infinita.
Sus ojos reverberan en mis ojos,
su corazón palpita sobre el mío,
mi cuerpo transfigura su materia
y la proyecta sobre el horizonte.
Soy su pasado, engendro su futuro.
El tiempo nos define. Y yo seré
el eslabón de la inmortalidad.

MULIER IN LOVE
(Bernini: Teresa de Jesús)
Como si el alba abriese su pecho y de él brotaran
palomas encendidas que nublasen el cielo,
sentí mi corazón tremular mis entrañas
y hundirse en él la lanza de un gigante de oro,
verdugo de mi carne y amante de mi espíritu.
El dolor y el amor fueron entrelazándose,
y la pasión serena abrió un bosque de gozos
soñados siempre y nunca conseguidos. El pálpito,
como un caos naciente, abrió un nuevo universo
íntimo e infinito. Los colores, las músicas,
los mares de la sangre y los glóbulos del alma
estallaban gimiendo madrigales, cantando
júbilos y motetes que desgranaban luz
y pusieron mis ojos ante un rostro de bruma
cenital e invisible que era todos los rostros
y todos los enigmas. Se comprimió el espacio
en un solo latido, y el tiempo abrió su forma
en una sola imagen. Fulminada, caí
en un prado solemne donde causas y efectos,
sin orden sucesivo, abrazaban las aves,
las estrellas, el polen, y los sentidos eran
un magma entretejido de orden y confusión,
de plenitud y abismo. La estancia ardió de pronto
y era el mundo un bajel ubicuo y constelado
naufragando en la isla donde la muerte es vida
y todo se desvela como si nunca hubiese
existido el misterio.

HOMO SCRIPTOR (EL SUEÑO DE LA PLUMA)
A veces, en la noche, cuando todo se duerme,
yo permanezco insomne buscando en mis entrañas
la conciencia anhelante de un origen sin fin;
oteo el firmamento y escucho su rumor
semejante al del pálpito de un corazón sublime
en busca de un buen dios  al que dignificar.
Las estrellas son luces rupestres en el cielo
y su caverna constelada brilla
como un lago sereno fruncido de diamantes.
La súbita armonía me otorga lasitud.
Entonces siento el gozo de una lluvia interior
que me libera el alma de todo sufrimiento
y aproxima mis ojos a la clarividencia.
Siento que ese diluvio de olvidos y deleites
me revela que estoy hecho de estrellas,
de sílices y pájaros, y saurios ancestrales,
que el espacio y el tiempo son solamente una
constelación perenne renaciendo en mi ser
y soy el magma fósil de la inmortalidad.
Sortilegio o relámpago, estalla el infinito
en una íntima hoguera. Y en medio de la noche,
como un viaje dormido desde el fin al origen,
se funde el universo en una gota
de luz impenetrable que fluye hasta mi pluma.
Y sólo existe cuanto dejo escrito.

HOMO VIVENS
Como el torrente que en la noche fluye
en un desbocamiento interminable,
descendí desde el sueño al desengaño
y desde el desengaño hasta el dolor.
Supe así que la vida es muerte impura
huyendo hacia el no ser definitivo,
pues tan sólo en la nada halla consuelo.
Pero la sed inextinguible encuentra,
incluso al borde de la tumba, causa
para su obstinación de eternidad.
Y aunque se sabe condenada al hierro,
el alma, alimentando su derrota,
persiste en la sublime contumacia
de transformar en cielos sus infiernos.

HOMO MORIENS (SÍSTOLE)
Preguntas por tu vida y no responde
ni el verso, ni la edad, ni la memoria.
Preguntas por tu vida y sólo quedan
ruinas de identidad, fósiles vanos.
Nada has hecho que dé fulgor al hombre
y nada dignifica tu existencia.
Sentir que quien no ha escrito no ha vivido
es la sabia mentira en que viviste
y es la frágil verdad que no te basta.
Pretendes aceptar que la escritura
es la absoluta solidaridad.
Pero la vida es más que la palabra.
No es un libro este mundo. El corazón
quiere tacto, no pluma; es una página
donde la humanidad lee su misterio.
Preguntas por ti mismo y sólo escuchas
un olvido estridente que te acosa:
la voz de quienes aman, sufren, viven.




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