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viernes, 25 de abril de 2014

El abrazo homicida

Schubert: La muerte y la doncella, 2º.

El suicidio es la única forma de libertad que existe, dije. 
- Hay que ser muy valiente para matarse, dijo. 
- Nada de eso: tendemos al bienestar; y cuando la vida se convierte en un suplicio la muerte es más placentera que la propia vida; suicidarse no es más que concluir esa lógica emocional; no cuesta nada, y nada tiene que ver con el valor o la cobardía; es cosa del dolor o del placer; es el único acto de amor que uno puede darse a sí mismo, dije. Y callamos. 
       Su cuerpo estaba encorsetado en aquel rectángulo engañoso, y su hermosura aún desbordaba. No quise que me viera triste, como había sido ella, y me tragué las lágrimas. Mi única esperanza es olvidarla sin recurrir a la muerte, como hizo ella para olvidar mi amor, su dolor. Sé que, incluso si la olvido, me ha dejado su tragedia clavada para siempre. ¿Cómo olvidar aquella alegría oculta que no supo saborearse a sí misma? Prefiero no pensar.
           La carta también era literaria, como lo fue todo en su vida. Pero muy poco después aprendí que la teatralidad de unos gestos no impide la sinceridad de quien literaturiza su comportamiento. Esta era la nota:
         Quiero creer que no existes. Me digo que no te amo. Pero mi dolor es la mayor prueba de mi amor. Más te recuerdo cuanto más quiero olvidarte. Más sufro cuanto más amo. Pues mi amor me produce más dolor. Y el dolor me devuelve a su origen, que eres tú, me recuerda (que es imposible olvidarme de) que te amo. Perdida estoy entre dos sentimientos que son uno y luchando contra mí. 
              Luego añadía: Sin duda moriré: pero ¿cuándo?

           Tal vez seguimos viviendo porque no sabemos cuándo vamos a morir: y ese enigma nos atrae incluso con más fuerza que el del suicidio.