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miércoles, 23 de abril de 2014

Don Quijote Cervantes Saavedra

Telemann, Doré: Don Quijote

Dícese que la experiencia da la sabiduría. Tal vez por eso algunas grandes obras han sido creadas por hombres sazonados por la edad, como lo muestran Dostoieski, Defoe, Rembrant o Bach. Cervantes es un nombre tan universal como los citados y, por eso, además del genio imprescindible para la creación, tal vez sea Don Quijote una de las obras más reconocidas -y menos conocidas del lector común- por los talentos de la Historia.
          Realmente, poco importa la edad a la que se escribe un libro, si este significa un hito para la humanidad. Ahí tenemos La Celestina, escrita por un joven que sabía tanto del vivir como cualquier hombre maduro. Lo que sí interesa es lo que una obra descubre sobre el ser humano y sus circunstancias, y cuánto aporta a la experiencia colectiva al dotar a sus contenidos, personajes o ideas tanta vida, y de mayor enjundia, como la de quien lee, de tal modo que, acabada la lectura, el lector ha cumplido intelectualmente varias décadas más. Y esto es lo que ocurre con Alonso Quijano El Bueno: las disquisiciones cervantinas en torno a los hechos de su alterego hacen que, como se dice en el “Prólogo”, quien las conoce salga más rico, pues “el melancólico se mueve a risa, el risueño la acrecienta, el simple no se enfada, el discreto se admira de la invención, el grave no la desprecia, ni el prudente deja de alabarla”; de tal manera que el tesoro encontrado en esas páginas es el mayor que pueda hallarse en una de las pequeñas grandes islas que llamamos libro, que de tanto naufragio salvan a cuantos a ellas se dirigen. 
          Fue Cervantes tan admirable que consiguió convertir en utopías las desventuras que sufrió. Su clarividencia y acierto consisten en constatar el más diestro método de conocimiento: el de mostrar mediante el humor la tragedia de la existencia: que el mayor sueño del hombre, que es establecer la justicia, es imposible; pero que quien no sueña muere sin haber vivido de verdad. ¿Cuál era el sueño, o “locura” de Don Quijote? Seguramente en ningún episodio se ve tan claro el destino que quiere para sí mismo como cuando, pensando simplemente en un mundo en paz, dice: “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos en los que todo era de todos y no existían las palabras “tuyo” y “mío”. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia. No existía la maldad. Pero olvidóse el bien y vinieron los males. Y por eso yo soy defensor del inocente” (I, 11).
          Como todo ser humano, Don Quijote tampoco pudo vencer al Caballero de la Muerte; y murió. Pero antes soñó y practicó su sueño: y es ese soñador actuante el que lleva vivo cuatrocientos años. Como esta, muchas interpretaciones pueden hacerse de Don Quijote: en un extremo está la del hombre que inventa un mundo para sustituir la realidad que no le agrada; en otro, el hombre que lucha por el hombre sin importarle lo que los hombres piensen. Pero incluso esos extremos se tocan para complementarse en el núcleo temático de la generosa solidaridad universal.
          Suele decirse que Cervantes es el más genial novelista. Tampoco importa si lo proclaman solo los españoles o también los extranjeros. Lo que sí importa es que El Quijote es una de esas obras fundamentales que ayudan a comprender la cuestión más difícil para el hombre: la existencia. ¿Cuántos hombres han sido determinados por la obra de un solo hombre? La cantidad de músicos, dramaturgos, cineastas, pintores, dibujantes y escritores es innumerable. No se equivocaba Stendhal cuando afirmó que “el descubrimiento de este libro fue el acontecimiento más importante en mi vida”, afirmación aplicable a tantos otros. ¿Pues qué mayor solidaridad para con la vida de cualquier hombre que ofrecerle cuanto hemos aprendido de la nuestra?

         En un breve quijote apócrifo del siglo pasado, apenas conocido por inédito, pero del que se citan algunos fragmentos, leemos algunos comentarios que pretenden homenajear a su creador. He aquí tres. Dice Sancho Panza: “Que piensen lo que quieran de mi amo. Yo compartí sus días y puedo afirmar que no ha habido, hubo ni habrá hombre más cuerdo y más honesto que mi señor Don Quijote”. Y Dulcinea: “Era yo la más de las tristes triste; y puedo decir ahora que soy la más afortunada entre las mujeres, pues nadie fue tan amada como yo por alguien tan amante como Don Alonso”. Y el mismísimo Cervantes: “Unos dejan dinero y haciendas a sus hijos. Yo he creído que no hay mejor herencia que mostrar la bondad incluso en un mundo que la desprecia para no reconocer que es egoísta. Llamadme Don Quijote”.