Cherubini: Medea
OTRA VEZ LITERATURA
I
Auster
no dispone de las reliquias de Europa
pero
es rabiosamente antiguo aunque nunca lo piensa.
Lleva
la emoción con pinzas de relojero
y
con la rapidez de un fotograma. A veces se desdobla
entre
la hierba en la distancia de altos edificios
o
escribe de lo que todos hablamos, de extremo a extremo,
y
la palabra en mitad de una calle, señal de cómo somos,
formas
de sentir a diario. Una mujer en la oscuridad
y
otra bajo la luz de una farola, las dos esperan
a
que llegue el día. El agua sobrepasa a la verdina
y
las piedras señalan un lugar. Y Manhattan ya tiene pasado
y
no está huérfana, hoy no espera al viejo mundo,
ya
tiene ese universo tan nuestro y tan suyo.
II
En
nada se parece al poeta que todos esperan
y
se llama Anselmo. No lleva móvil ni donde dejarle recado.
Por
las calles de la ciudad camina entre árboles
y
gente en silencio, a todos sonríe,
entre
veladores de las cafeterías busca a sus posibles lectores
y
deja un ramillete de poemas sobre las mesas,
no
habla ni pide nada. La ciudad le tiene aprecio,
lleva
una guitarra que nunca toca. Los poemas son buenos,
se
los compro sin gesto académico -somos amigos, hablo con él,
escucho
su poética- Cuando termina la ronda recorre el camino
de
vuelta, algún diálogo si le hablan, y casi siempre se marcha
sin
apenas nada. Esa libertad se permite. Ayer a un poeta quieto
le
han dado el premio nacional al fomento de la lectura.
(De un libro Inédito)
FRANCISCO GÁLVEZ