Cuando un grupo social de raíces fanáticas consigue democráticamente la
mayoría parlamentaria suele caer en la tentación de olvidar que el ciudadano
eligió en las urnas a quienes creía que iban a representarlo y no a quienes
podían utilizar su voto para representarse a sí mismos.
Un ejemplo poco ejemplar es el
del ministro (= administrador) de Justicia: iluminado por el catolicismo más
fanático y divino, considera que todos tenemos los mismos derechos, entre ellos el derecho a sufrir: y extiende ese derecho a los aún no nacidos. Considera inexorablemente justo
y necesario obligar a nacer a un ciudadano que probablemente pedirá la
eutanasia para liberarse de los sufrimientos que atenazan su vida porque a su
madre se le impidió un aborto responsable. Ni siquiera piensa el tal ministro
invasor de la intimidad que también causará dolor a padres y familias; y
tampoco tendrá en cuenta que las arcas del Estado (que "soy yo",
pensará) tendrán que gastar más en cubrir las necesidades del incremento de la
población y sus enfermedades añadidas por condenar a proseguir un embarazo
desaconsejado por la Medicina. Tal vez el sabio Administrador de tan justa
Justicia se rija por el democrático eslogan de "ahora, además de ser
machos, somos muchos". O quizá crea que es el mono el que procede del
hombre, puesto que tan prensilmente se aferra a la razón inquisitorial de
que la fe debe prevalecer sobre la ciencia.
Todo el
fundamento "legislativo" de la fe del santo Administrador es este:
Dios da la vida y esta es sagrada; el Estado debe ser el garante de esa
vida. Por tanto, el Estado debe defender al más débil contra sus enemigos,
condenando de antemano al presunto asesino.
Ahora bien: A)
la ciencia demuestra que no hay existencia humana hasta que no hay conciencia.
B) La premamá (los prepapás) no es una asesina, sino una previsora. C) Así
que es el tutor del naciente quien decide sobre sí mismo y su futuro. Entonces:
¿por qué decretazo de qué divinidad el Estado se confiere el papel de tutor
usurpando la del verdadero?
Ciertamente poco tiene que ver el
Partido Popular que prometía hace unos meses con el impopular partido que hoy
ejecuta o malversa sus promesas. Pero lo que más extraña no son esos cambios de
rumbo en aquellos que carecen de carta de navegación y van a la deriva, sino
qué vieron los marineros en ellos para elegirlos como rumbosos capitanes de
navío. No parece, al menos cuando muestran su oratoria públicamente, que Rajoy,
Cospedal y similares luzcan un cociente intelectual embriagador ni una
personalidad cautivadora. Y uno se pregunta cómo semejantes efluvios de la
inteligencia y la estrategia llegaron a ser quienes parecen ser, y a ostentar
los cargos por los que tan mileuristamente cobran. La respuesta es esta: fueron
elegidos. Lo que lleva a otra pregunta más terrible: ¿por qué criterios se rige
el ciudadano cuando elige?
La última pregunta -que es a su
vez respuesta conclusiva- todavía es más desoladora: ¿Acaso hay en la Oposición
competidores que dignifiquen la política?