Schumann / Duprè: C violoncelo.
La fuente en la ceniza
Dos pulsiones rigen la
existencia: eros y tánatos. El instinto de supervivencia nos lleva hacia el
coito continuo para que la vida no se extinga. Contrariamente, la muerte
elimina inexorablemente a los nacidos, con lo que la lucha entre eros y tánatos
se convierte en la violencia más sostenida, e inextinguible, de la Naturaleza.
Por razones de
convivencia social, cuando uno entre los muchos animales de La Tierra empezó a gobernarse por la conciencia, se castraron las libertades naturales del sexo y se reglamentaron
sus instintos, ya que difícilmente podría el recién nacido ser cuidado por sus
padres si estos, mediante el emparejamiento o matrimoniación, no se aseguraban
de tal paternidad. La sexualidad cinegética (coitamos porque lo exige nuestro instinto)
pasó a ser controlada; y su descontrol, perseguido por la sociedad.
Sin embargo, igual que la
vegetación exuberante es imparable en el Amazonas, el sexo es un río amazónico
en la selva social. De manera que los lances amorosos, los
extramatrimonialismos y erotismos liberales o libertinos se han ido sucediendo y excomulgando desde el origen de las civilizaciones para detener su erotómano
flujo. Lo cual no ha evitado que siempre haya habido un guadiánico río en la
vida y, por tanto, en las artes, que han dado fe del vigor y vigencia de tal
condición humana y animal.
Ovidio, Petrarca,
Sade … con metáforas y otros escondites, o sin ellos, lo han resaltado, como tantos otros, saltándose el tabú en que se había convertido. La castración de la
sexualidad produce monstruos, o visiones arcangélicas. Aberraciones y
paramisticismos. Porque la energía siempre se transforma en algo tangencial a
sí misma si se le impide su espontánea combustión.
Leamos el siguiente poema.
La fuente en la ceniza
Amo el temblor rosado de
tu boca
y el crepúsculo azul de
tu mirada.
Amo la luz carnal que te
ilumina
cuando te arrojas como
un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso
de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel que
nos lubrica
y la erosión constante
de la piel.
Amo tu desenfreno y mi
arrebato
cuando, tendida, te
abres como un libro
y esplendes como un
saurio.
Amo tu lasitud y mi
abandono
tras el fulgor robado a
las estrellas.
Amo la ardiente búsqueda
infinita
que late en nuestros
sexos.
La exaltación erótica del poema es evidente. Pertenece al libro Bajo
el signo de Eros.
El poema nos presenta dos cuerpos en lujuriosa
conversación apasionada. Nada procaz. Tal vez algún lector eche de menos, en estos
tiempos de bocazas, la ausencia de un lenguaje abrupto, burdas expresiones, léxico vulgar y tabernario...
acordes con el tema de la lascivia tratada por la poesía prostituida y
prostituta ¿Es por esteticismo…? Veamos de nuevo el poema:
La fuente
en la ceniza
Amo el temblor rosado
de tu boca
y el crepúsculo azul de
tu mirada.
Amo la luz carnal que
te ilumina
cuando te arrojas como
un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso
de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel
que nos lubrica
y la erosión constante de
la piel.
Amo tu desenfreno y mi
arrebato
cuando, tendida, te
abres como un libro
y esplendes como un
saurio.
Amo tu lasitud y mi
abandono
tras el fulgor robado a
las estrellas.
Amo la ardiente
búsqueda infinita
que late en nuestros
sexos.
El amo, con
su yo implícito, repetido anafóricamente 8 veces en sendas oraciones paralelas
por él encabezadas, arrastra buena parte del vocabulario hacia ese combate sin
violencia bélica que llamamos coito. El rojo carnal de amo asimila o contagia semánticamente buena parte del entorno léxico que le sigue.
Las expresiones “carnal”,
“puma”, “cuerpo ansioso”, “sudor que lubrica”,
“erosión de la piel”, “desenfreno”, “arrebato”, “te abres como un libro”,
"nuestros sexos"… dibujan la imagen explícita de la fricción de la carne, la devoción por la salacidad, la voraz devoración
mutua de la carnalidad…
Todo el
mundo sabe que semántica viene de semen: y ese fluido impregna los cuerpos como
un sudor erótico provocado por las incontinentes embestidas lujuriosas del ariete
en que se ha convertido amo. De modo
que la sensualidad sexual parece ser el único arbotante del poema. Helo aquí,
enrojecido en tal acepción:
La fuente en la ceniza
Amo el temblor
rosado de tu boca
y el crepúsculo azul
de tu mirada.
Amo la luz carnal que te ilumina
cuando te arrojas como
un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel que
nos lubrica
y la erosión constante de la
piel.
Amo tu desenfreno y mi arrebato
cuando, tendida,
te abres como un libro
y esplendes como un
saurio.
Amo tu lasitud y mi
abandono
tras el fulgor robado
a las estrellas.
Amo la ardiente
búsqueda infinita
que late en nuestros sexos.
Sin embargo, acabado el trasiego lujurioso, lúbrico, libidinoso, lascivo, salaz, rijoso y
etcétera, los versos 11 y 12, plenos de lasitud posorgásmica tras el príapo y
mesalino esfuerzo, desembocan en un final que también explicita que la estridente cópula que se nos describe es la puerta para otra realidad intangible,
sublime e “infinita” a la que conduce el acto sexual. Hay quienes sienten un
destello irracional paradisíaco ante el mar, al contemplar el firmamento, al
extasiarse ante un dios... y también hay quienes se asoman a esa solemne y
oscura claridad cuando la carne reclama toda su materia e identidad, que no es
solo carnal (Don Quijote sintiendo a Dulcinea, por ejemplo, Amiel ante sus sublimaciones
innominadas…).
De manera que bien puede decirse que el poema no se reduce a ser una
exaltación de la carne y sus placeres, sino una invocación y celebración de lo
que hay tras ella o en ella. El amo ya no es solo un
mecanismo de insistencia, sino también de gradación: desde la pura materia
carnal hasta una sensualidad que trasciende la carnalidad, pasando por la
sublimación, el paramisticismo (*) y otros matices del caleidoscópico ente -invisible, inefable y otro largo etcétera- que hemos dado en llamar -aunque los nombres pocas veces
nombran, definen e identifican- Amor.
Cobra sentido así el dístico del autor: Sobre tu cuerpo escribo con mi cuerpo / el gran poema de la identidad. Y el final de otro poema: Mañana será amor lo que hoy es sexo.
La fuente en la ceniza
Amo el temblor rosado de tu boca
y el crepúsculo azul de tu mirada.
Amo la luz carnal que te ilumina
cuando te arrojas como un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel que nos lubrica
y la erosión constante de la piel.
Amo tu desenfreno y mi arrebato
cuando, tendida, te abres como un libro
y esplendes como un saurio.
Amo tu lasitud y mi abandono
tras el fulgor robado a las estrellas.
Amo la ardiente búsqueda infinita
que late en nuestros sexos.
Como he dicho, este poema pertenece
al libro Bajo el signo de Eros; y pudiera decirse que si no es central sí es
nuclear del resto de poemas. Una primera parte acoge figuras en el tiempo y en
movimiento, como breves cuentecillos tocados por la lujuria, el sarcasmo o el divertimento. Pero el libro deriva en estampas de otras figuras escorzadas y
pulidas por una creciente desolación. Tal vez sea tal sucesión y ambiguedad polisémica la que da templanza a la configuración del poema. Desde la mitología a la Historia, el arte
o la escritura, se suceden leves sonrisas y graves pesadumbres. Eros y tánatos
en una continua y desigual batalla en la que es el autor el que más pierde. En algún momento lo resumí así:
Siempre he sido esclavo de la
pluma: necesitaba su confesionalismo para liberarme de mí y abandonarme en
el folio. En los últimos tiempos parecía que un gran océano acumulado por la
voluntad y los libros escritos apaciguaba mi infierno. Por primera vez no necesitaba
escribir. Era dueño de la pluma. Me puse a jugar con ella, con la obtusa
intención de esbozar algunas fabulaciones, como un divertimento. Pero me
equivoqué: pronto la pluma reclamó su origen y fue olvidando su ludismo y recobrando su entidad de verdugo consolador: se
lanzó a trazar un conjunto en el que la tragedia triunfaba sobre cualquier sensualidad.
Bajo el signo de eros y tánatos, pues. Sirva La Celestina para ilustrar
ambas pulsiones: en la cita nocturna, Calixto cachea amorosamente a Melibea, quien,
aparentemente recatada pero más hija de nuestro tiempo, pregunta, falsamente melindrosa,
qué hace su enamorado con tanto estiramiento de sus ropas; y Calixto, bajo el
signo de Eros, le dice: “Señora, quien quiere comer el ave primero le quita las
plumas”. Finalmente, cuando, muerto Calixto, Melibea no encuentra razón sin él
para vivir, se suicida arrojándose desde la torre; y su padre, Pleberio, bajo
el signo de tánatos, grita: “¿Para quién fabriqué navíos? (léase futuros)”.
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(*) Parece evidente que cuando Teresa de Jesús describe su éxtasis como un ángel penetrándole el corazón con un dardo de oro no es ese órgano el tan concupiscentemente penetrado.
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(*) Parece evidente que cuando Teresa de Jesús describe su éxtasis como un ángel penetrándole el corazón con un dardo de oro no es ese órgano el tan concupiscentemente penetrado.
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