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miércoles, 13 de junio de 2018

Cómo encumbrar el mal arte

Liszt: Años de peregrinaje


Con la llegada de la Era del Tiempo Libre -o Constelación del Ocio- se ha multiplicado incesantemente el número de artistas, pintores, músicos, poetas... 
     Para doctorarse en tales saberes basta autodenominarse artista o llegar a la jubilación: automáticamente muchos anoréxicos de la cultura y demasiados jubilados mentales "descubren" la faceta de su personalidad que siempre habían querido cultivar: la de artistas. Descubren el brochazo, el poemazo, el fotografiazo ... Y, claro: los ministeriazos, ayuntamientazos y otras institucianazas, que no saben dónde aparcar tanta juvenilidad artistizoide y tanta tercera edad longeva -por otra parte bien merecedora de atenciones físicas, síquicas y culturales-, dispendia emolumentos en talleres de grafitis pintureros, poetuscos y demás beligerancia contra la desocupación. 
     Hasta aquí nada que objetar, si no fuera porque la inmensa mayoría de tales ofrendatarios de la pluma o el pincel pregonan e imponen su genialidad en tales actividades. 
     Hacen bien los que disfrutan del descanso social, y harían bien los ministerios de la edad terciaria y la primogenitaria si aconsejaran que una cosa es la tinta, el color y el pentagrama y otra su sabia utilización. Lo mismo deberían promover entre la excesiva población que se guía por la euforia de creer en su genialidad porque no saben que la ignorancia consiste en no saber que somos ignorantes. 
     No es difícil reconocer cuándo una obra es simplista y cuándo su desnudez de retórica se asienta en un profundo "sentipensamiento": basta con leer atentamente tres o cuatro antologías de poemas supervivientes de los siglos y comprender el porqué de su supervivencia: la palabra densa, esencial y humana desprovista de sentimentalismos y de excesos; y luego aplicar a lo propio el criterio entresacado de esos textos ejemplares: ver qué hay de perdurable en sus palabras. Igual ocurre con un cuadro, por ejemplo: por qué La Gioconda transfigura a quien la mira y por qué el cuadro recién salido del aprendiz senecto o jovenoide solo contiene buena voluntad -en el mejor de los casos-.
     Hace falta fomentar la autocrítica constructiva, no la destructiva. Tanto en la vida como en el arte solo acierta la experiencia: y esta dicta que incluso lo mejor es mejorable. 


3 comentarios:

  1. Creo que esa propensiòn a evadirnos de la realidad, hace no seamos autocrìticos, y se produzca tanta basura.

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  2. Creo que esa propensiòn de evadir la realidad, hace que no seamos autocrìticos, y se produzca tanta basura.

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