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jueves, 7 de junio de 2018

El abrazo labial


The Shadows: Sleepwalk

Tal era su erotomanía que su último enamorado la llamaba Besuviada y le enviaba besuvios desde el amanecer hasta el ocaso: claro está que había inventado para ella una etimología, haciendo que el fuego de los besos procediese de un Vesubio interior en erupción continua, que era su corazón, su carne estremecida, su implosión cotidiana.
     En su diario, en forma de poemas, contaba cómo solía pasear por las calles de Utopía, desnuda bajo el vestido, sin la ropa interior, que es la que resguarda la intimidad erótica. Entraba así en contacto con la Naturaleza y sentía que esta era una sensual caricia abrazándola, amándola, mientras ella surcaba, como un barco, las aguas de la vida. 
     Besuviada era, en realidad, una flor errante ansiando ser abierta por sus pétalos, estrujada con delicadeza y pasión amalgamadas, hasta que su sed se marchitase para recuperar su lozanía, un día más, y volver, también un día más y cada día, a ser destrozada entre dedos amantes que apreciasen la entrega, el fulgor de la carne: la belleza
     Como una cobra, hechizaba y ataba con lianas sutiles y mágicas ponzoñas a aquel que se acercase. Amaba la crueldad con que el amor hace felices los cuerpos entregados y les propone sueños que incardinan el alma.
     Era tierna y feroz, y su devoración, como digo, embrujaba lo mismo que un dios a sus criaturas.
     Nunca había pensado que fuera ella quien cayera bajo el hechizo de otro ser que esclavizase sus sentimientos y la hiciese girar como gira el planeta alrededor de un sol.  
     Pero ocurrió: se enamoró tan besuviadamente que una mañana se arrojó al fuego que tanto la atraía; y se desvaneció: igual que se diluye entre las ascuas la frágil mariposa.

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