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viernes, 8 de julio de 2016

Rupturismo y tradición


Xenakis: Metástasis



No son las mejores obras aquellas que aparecen en las encuestas de los antólogos teóricos: estos siempre escogen siguiendo criterios muchamente eruditos y pocomente humanos. Pero las mejores obras son las que ahondan en el espíritu y hechos del hombre, las que perfilan su identidad y trazan mojones hasta circundar el país de la humanidad. 
     ¿A quién elegir, al rupturista Welles o al clasicista Hitckocht? Difícil la elección entre estos dos porque Welles enriquece el lenguaje y la visión del hombre con su experimentalismo, y Hitcocht hace lo mismo sin necesidad de recurrir al abandono de la línea recta. 
     Los admiradores del Ulises, por ejemplo, parecen olvidar que poco sería esta novela si no fuese por sus innovaciones técnicas, puesto que es su laberinto, no su descubrimiento, lo que atrae; lo mismo ocurre con La tierra baldía. De modo que Joyce y Eliot atienden más al medio que al fin, olvidando que el lenguaje es el hombre, y que este no es un idiolecto artístico. Los experimentalismos son necesarios para evitar los anquilosamientos.
     Equiligual acontece con tanta música y cuadro que asolan con sus desnortamientos el paisaje creador y ocultan con sus efímeros éxitos la verdadera creación. Porque, como en todo, la armonía consiste en que el péndulo se aproxime firmemente al centro de gravedad, no a que oscile entre extremos o llame la atención porque consigue mantenerse inclinado en vez de vertical y orientado hacia el vértice de la humana perfección.