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domingo, 10 de julio de 2016

No es el amor catástrofe

Bizet: Habanera


No es la pérdida de un amor lo que más duele, sino el cese del equilibrio emocional y vivencial que se había conseguido, como el de cualquier compañía que se acaba: la inarmonía de la convivencia interrumpida: esa pérdida devuelve el espíritu a la indefensión de la infancia ante un mundo acechante de peligros irracionales: la desuterización.
     El espacio síquico que ocupaba la presencia del otro (marido, mujer, padres, hijos...) queda vacío y en su lugar aparecen las toxinas del abandono o la ausencia, la soledad, la nostalgia, la ansiedad, el dolor. Y el mundo es como un fardo difícil de cargar y arrastrar por una existencia que ahora parece una ruina. 
     Como digo, no es la pérdida del amor lo que causa la catástrofe, sino que esta deja aparecer la identidad mal tejida que manteníamos oculta y sin ser conscientes de ello: la separación de dos personas es tan natural como lo fue su unión; pero el hábito sí hace al monje en estos casos, y el monje se ha habituado a compartir y se siente incapaz, como un lisiado, para no hacerlo; de ahí que se lance a la huida del mundo, para no volver a decepcionarse, o a buscar desesperadamente otro monje con el que compartir y reanudar cuanto le falta. El escondite incomunica, la búsqueda desesperada provoca encontronazos en lugar de encuentros.
     No es el amor catástrofe, sino mágico disfraz que enmascara y suaviza  la existencia.