II
Persecuciones, II
Suele olvidarse que una de las grandes
Suele olvidarse que una de las grandes
tragedias de la Historia es la creación
del Índice de libros prohibidos.
¿Por qué se han perseguido la escritura
y la lectura durante milenios?
¿Cómo el libro, nacido para dar
luz al entendimiento puede ser
condenado a la hoguera, exorcizado
como si de un demonio se tratase?
El libro es el notario de la Historia,
el que muestra, implacable, la existencia:
los aciertos y errores de los hombres.
Ya Voltaire achacaba tal condena
a que el libro disipa la ignorancia,
que es la gran aliada del poder.
Y Petrarca afirmó que el poderoso
solo desea que el saber perezca.
Fue Confucio quien propugnó la idea
de que el mérito está en saber y es este
el digno de respeto, no el linaje:
donde hay educación no hay sumisión.
Pues, como ya nos anunciaba Séneca,
la única libertad la da el saber.
He ahí el porqué de que los gobernantes
den la felicidad del “pan y circo”
-la que satirizaba Juvenal-
a la gran muchedumbre, aprovechando
la tergiversación de algunas frases:
no hay vida más feliz que la de aquel
que no sabe pensar, escribió Sófocles;
la ignorancia nos da felicidad,
dijo Milton por voz de Lucifer.
Rousseau deduce, así, una consecuencia
de ese letal estado de ignorancia:
el hombre nace libre y, sin embargo,
encadenado vive en todas partes.
Y es que en cualquier lugar y en todo tiempo
la ignorancia convierte al hombre en siervo,
mientras que solo quien comprende es libre
y transforma el destino en voluntad.