Quién supiera cantar las excelencias
de la página escrita, caudalosa
en claros y fecundos sortilegios.
Qué admirables aquellos que dedican
su existencia a leer y reescribir
la verdad tantas veces mutilada.
Ved al autor: la pluma pensativa
traduciendo a palabras cuanto sabe;
y observad al lector, transfigurándose
cada vez que abre un libro en una página
en la que el mundo escribe su aventura.
Los ojos sorben la palabra fértil,
el oído interior le pone música,
la mano se extasía con el tacto
y la mente comprende el paraíso.
En un libro retumban los orígenes,
el canto de los pájaros, la piedra,
el menhir y la lluvia, los océanos
constelados del cielo, los enigmas
y su desciframiento, el manantial,
la identidad del hombre y la memoria
del mundo: la existencia innumerable
que resucita en la posteridad.
En ella está el pasado, y el futuro,
y en ella late ya la raza cósmica
con letras de diamante y simetría.
Estamos hechos de insaciables ansias
de trascendencia e inmortalidad:
y solo el libro es la reencarnación