Antonio Gracia es un poeta de dilatada trayectoria como escritor: activo, constante y fiel al mundo de la escritura, acaba de publicar un libro del máximo interés: Lejos de toda furia (Poemas sobre una imagen), que ha editado en Madrid la colección Devenir de Poesía, que dirige el murciano Juan Pastor. Ni que decir tiene que este, como todos los suyos, es un libro singular, que ya en el título quiere delatar que nos hallamos en un remanso de paz, lejos de toda furia, para contemplar una bien nutrida serie de imágenes, muchas de ellas pinturas, que la historia del arte nos ha legado, y alguna escultura.
La vida es breve pero el arte es largo y permanente, reza el adagio clásico, y Antonio Gracia, para mostrar en estas representaciones poemáticas cuánto hay de verdad en tal afirmación, consigue que en cada composición contemplemos, absortos, una imagen, generalmente conocida y que forma parte de nuestro imaginario cultural.
Cada poema constituye entonces un acercamiento personal a una obra de arte (en la mayoría de los casos) y representa la impresión del poeta ante la hermosura y la lección de ese cuadro contemplado. Como quería Pedro Salinas en su Todo más claro y otros poemas, el poeta es un pasajero en un museo y su contemplación del arte le trasmite la lección de un transcurso y de un devenir. El yo lírico en este caso muestra en sus visiones autobiografía, y asume, a través de la lección del arte, o incluso de una vulgar imagen de sí mismo en fotomatón, que su identidad como persona, como ser humano, se ve afectada directamente por tanta belleza y tanta historia.
Hay ejemplos antológicos en este libro, como el poema dedicado a la Dama de Elche, apasionante y enigmática figura que desata en el poeta emociones de superación del tiempo por virtud de la magnitud del arte, como en el poema dedicado nada menos que a la Gioconda de Leonardo, abstraído ante tanta hermosura como serenidad. Y no digamos ante Danae o ante Desdémona… Pero ya que de grandes damas estamos tratando, no podemos dejar de celebrar la excelente Santa Teresa de Bernini, que queda captada en toda su soberbia sensualidad en los magistrales versos del poema que Antonio Gracia le dedica.
Pero la serenidad es el signo de esta poesía, a pesar de que los pasos de la vida determinan representaciones ajustadas a muchos gozos y algunas sombras.
Si observamos la estructura que Antonio Gracia ha dado a este libro, advertiremos que son cuatro las partes de que se compone. En la primera, titulada Del arte redentor, asistimos al sueño de la razón de las representaciones pictóricas que muestran la vitalidad de las visiones evocadas. Cada cuadro manifiesta al poeta un mensaje que este recibe y expresa con nitidez y seguridad. La vital reacción de unos y otros en el amor, representado en la obra de arte, nutre la segunda sección el libro, titulada De amore, mientras que en el siguiente sector, Bagatelas, se recogen representaciones del mundo de la cultura que, si bien constituye el universo que nutre todo el libro, aquí se concentra en nombres para la memoria, desde Cervantes a Lope de Vega o Beethoven… Porque la lección final, titulada Sobre la sombras, nos va a conducir a mundos más inquietantes, en los que la vida deja paso a la representación de la muerte, que, autobiográfico al fin, el poeta detecta en alguna de las figuraciones poéticas aquí representadas.
Ángel Luis Luján Atienza, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha, ha puesto prólogo a este libro y ha destacado alguna de las muchas cualidades de la poesía de Antonio Gracia en él contenidas: «En este denso y exacto poemario el autor sigue fiel a la consigna de sus últimos tiempos de llegar al himno a través de la elegía, de hacer una celebración con los materiales de nuestra penuria vital».
Y, desde luego, entre las calidades señaladas, no son las menores las que tienen que ver con la eficacia de su palabra poética, la elegancia de su verso, la excelente compensación de ritmos muy clásicos (maravillosos sonetos asombran inesperadamente al lector) junto a algunas aventuras versificatorias más liberales. Todo para contener un mundo vitalista de afirmación de la permanencia del arte, que enriquece nuestra vida, y desde luego llena de fuerza expresiva la del propio poeta, que es capaz de manifestar su irrenunciable vitalismo mientras contempla imágenes que son historia pero que se convierten por virtud de su palabra poética en presente.
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