Noche estrellada
Está la noche hermosa. Fulge el cielo.
Arde la oscuridad y centellea
cada cosa en su sitio. La armonía
del orbe da quietud al corazón
y el alma se alboroza. Sueña el agua
en la fuente. El ciprés se eleva. Miro
una estrella sujeta al firmamento.
La exactitud de su belleza firme
otorga simetría al infinito
y certifica que soy yo quien mira
y ordena el caos con su contemplación.
Siento el poder de esa certeza. Canto
dentro de mí y el himno reverbera
como una melodía inextinguible.
El agua que da sed sacia mis ansias
y hacia el abrazo universal se eleva
la carne metafísica y doliente.
Cierro los ojos un instante y pienso,
de súbito, que el fijo resplandor
ya no es lo que parece, que contemplo
el hueco de una luz, fantasma inmóvil
errabundo por las constelaciones:
que la estrella tal vez murió y veo solo
su hermosa y esplendente calavera.
Un cósmico dolor me asedia entonces
en medio de la noche, pues acaso
tampoco yo soy yo, sino un recuerdo
obstinado en vivir: el desvarío
de la decrepitud de la memoria.
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La rosa inmarchitable
Van Gogh: Noche estrellada
Castillo de Santa BárbaraLa rosa inmarchitable