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miércoles, 11 de junio de 2014

Poemas comentados: Diagnóstico de Oniria


Cuando aparecieron simultáneamente La muerte universal y Bajo el signo de Eros hubo quien escribió que yo era como algunos autores que coquetean o copulan con la muerte y con la vida al mismo tiempo. Efectivamente, el primer libro corresponde a una escritura tenebrosamente fúnebre, y el segundo es un divertimento consciente en torno al amor, aunque la insobornable pluma vaya tornándose sombría. Eros y tánatos rugiendo. 

Ahora me ocurren similares aventura y desventura con dos conjuntos de poemas, afortunadamente ya no nacidos de la compulsión insoslayable de escribir. Muchas veces he dicho que mi vida empezaría a sanar cuando no sintiese la necesidad de escrivibirme: de dejarme la muerte en el poema.

Sin embargo, creo que esa doble pulsión se debe, más que a otra cosa, a la difícil convivencia del Jekyl y Hide que todos, en diferente proporción, llevamos dentro. En mi caso, mis metafísicas agonistas han tratado de ser apagadas con singladuras íntimas por el descreimiento y la autosátira escondida. Algo así como si se me aunasen el "dolorido sentir" de Garcilaso y el también dolorido reír de Quevedo. Yo era inseparablemente el místico Luzbel y el turbio Sansatanás: el sufriente que escribió "... y a Dios besando un labio de Satán" (> Antonio Gracia en los infiernos). Dicotomía que se expresa, sin que lo pretendiera claramente, en el título de la antología Devastaciones, sueños. Y que se percibe, eso creo, en > La búsqueda del Dios.


Pero a quién le importan las opiniones de Oniria, si no es tan solo a mí.