DE LA NATURALEZA, LUCRECIO
TRADUCCiÓN DE ÁNGEL L. PRIETO DE PAULA Y LUIS T. BONMATÍ
LIBRO IV, vv. 1611-1730
Atracción erótica, relaciones amorosas y placer sexual
En un momento de su vida, al joven
va brotándole el semen en sus órganos,
lo asaltan las imágenes de cuerpos
de rostro luminoso y bella tez,
que hacen que, al excitarlo, fluya el semen
copiosamente hacia las partes túrgidas
y que manche su ropa al derramarse,
como si hubiese consumado el acto.
Tal como ya he explicado, el semen brota
cuando la edad viril nos robustece.
A cada ser lo excita algo distinto,
mas el esperma humano surge solo
ante atracción humana. Apenas sale
el semen de su sede, se desliza
a través de los miembros y los órganos,
concentrándose en un punto específico
de los nervios, y en un instante excita
las partes genitales de los cuerpos,
que, inflamadas así, se hinchan de esperma
y se enciende el afán de eyacularlo
contra el ser que despierta el ardor lúbrico.
Cada cuerpo persigue a ese otro cuerpo
que le ha llagado el alma con su amor.
Casi todos sucumben por la herida;
salta la sangre hacia el lugar de donde
nos vino el golpe, y el humor sanguíneo
salpica al enemigo si está próximo.
Así, quien está herido por las flechas
de Venus —sea un niño afeminado
quien las dispara, sea una mujer
que transpira pasión por cada poro—
tiende hacia quien lo ha herido, arde en afán
de fundirse con él y en él verter
todo el semen que emana de su cuerpo;
pues el ansia callada anuncia gozo.
Esta es Venus para nosotros; ella
dio su nombre al amor; de ella destila
aquella gota de dulzor venéreo
a la que sigue una congoja helada.
Pues, aun estando ausente el ser amado,
nos asalta su imagen y resuena
dulcemente su nombre en los oídos.
Mas conviene ahuyentar tales imágenes
y escapar del amor, entretenernos
con otro asunto, derramar el semen
acumulado en un cuerpo cualquiera,
en vez de retenerlo y preservarlo
para un único amor, ya que ello causa
tribulación y pena inevitables.
Pues la llaga se aviva y se hace crónica
al prestarle atención, y el furor crece
cada día y se agrava el sinsabor;
a no ser que se apliquen a la herida,
todavía reciente, otros estímulos,
buscando alguna Venus callejera,
o se ponga el sentir en otra cosa.
Y no se priva del placer de Venus
quien evita el amor, sino que escoge
un placer sin pesares, que es más puro
para el sensato que para el amante.
Y en el momento de la posesión
tiembla el ardor de los enamorados,
pues no saben por dónde comenzar
a disfrutar con manos y con ojos.
Estrujan con violencia al ser que aman
hasta causarle daño, mordisquean
sus tiernos labios, cómenlos a besos,
pues su placer no es puro: en ellos hay
un secreto aguijón que los incita
a herir al ser aquel, sea el que sea,
que les ha ocasionado tal locura.
Mas algo alivia Venus los dolores
en medio del amor y el goce suave
que lo acompaña frena los mordiscos.
Existe una esperanza: que ese cuerpo
que provocó el incendio también logre
sofocarlo. Mas la naturaleza
se opone a que eso ocurra. Esta es la única
pasión que, cuanto más se pone en práctica,
arde más fieramente en nuestro pecho.
Pues bebida y comida se introducen
en nuestro cuerpo y, una vez en él,
cesa el deseo de ambas fácilmente;
mas de una cara hermosa el cuerpo nada
puede gozar sino su tenue imagen,
¡vana ilusión que se deshace al viento!
Igual que, en sueños, el sediento anhela
beber, y no hay licor que apague el fuego
de su entraña, pues va tras espejismos
de agua, y se afana en vano, y siente sed
mientras cree beber en ríos colmados,
así Venus engaña a los amantes
con espejismos: no les basta verse
cara a cara, ni pueden conseguir
apoderarse de los tiernos miembros
con esas manos que azarosamente
van recorriendo el cuerpo tan querido.
Y cuando al fin, los miembros enlazados,
gozan la flor de juventud y sienten
que ya llega el placer, a punto Venus
de inseminar la tierra femenina,
se estrechan codiciosamente, mezclan
saliva con saliva, inspiran, presos
los labios en los dientes... Pero en vano,
pues nada pueden extraer de allí,
ni habitar con su cuerpo en otro cuerpo
y fundirse con él (porque parece
que quieren eso y que por eso luchan).
¡Tan cautivos están entre las redes
de Venus, cuando el cuerpo se derrite,
aniquilado a espasmos de placer!
Cuando al fin la pasión, reconcentrada
en los nervios, escapa al exterior,
cesa por un momento el ansia ardiente.
Pero enseguida vuelve el frenesí
y prende idéntico delirio, en tanto
se preguntan a sí mismos adónde
los conduce su afán, y no consiguen
hallar ningún remedio a su ansiedad.
¡Hasta tal punto, así desconcertados,
van sucumbiendo por la oculta herida!
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