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sábado, 12 de abril de 2025

Lucrecio: Sobre la Naturaleza de las Cosas

Aparecida la segunda edición de La Eneida de Virgilio, en traducción de L.T. Bonmatí, camino va de la imprenta la gran otra de Lucrecio en versión del mismo y Á. L. Prieto de Paula.

DE LA NATURALEZA, LUCRECIO

TRADUCCiÓN DE ÁNGEL L. PRIETO DE PAULA Y LUIS T. BONMATÍ


LIBRO IV, vv. 1611-1730

Atracción erótica, relaciones amorosas y placer sexual

En un momento de su vida, al joven

va brotándole el semen en sus órganos,

lo asaltan las imágenes de cuerpos

de rostro luminoso y bella tez,

  que hacen que, al excitarlo, fluya el semen

copiosamente hacia las partes túrgidas

y que manche su ropa al derramarse,

como si hubiese consumado el acto.

    Tal como ya he explicado, el semen brota

cuando la edad viril nos robustece.

A cada ser lo excita algo distinto,

mas el esperma humano surge solo

ante atracción humana. Apenas sale

el semen de su sede, se desliza

a través de los miembros y los órganos,

concentrándose en un punto específico

de los nervios, y en un instante excita

las partes genitales de los cuerpos,

que, inflamadas así, se hinchan de esperma

y se enciende el afán de eyacularlo

contra el ser que despierta el ardor lúbrico.

    Cada cuerpo persigue a ese otro cuerpo

que le ha llagado el alma con su amor.

Casi todos sucumben por la herida;

salta la sangre hacia el lugar de donde

nos vino el golpe, y el humor sanguíneo

salpica al enemigo si está próximo.

Así, quien está herido por las flechas

de Venus —sea un niño afeminado

quien las dispara, sea una mujer

que transpira pasión por cada poro

tiende hacia quien lo ha herido, arde en afán

de fundirse con él y en él verter

todo el semen que emana de su cuerpo;

pues el ansia callada anuncia gozo.

    Esta es Venus para nosotros; ella

dio su nombre al amor; de ella destila

aquella gota de dulzor venéreo

a la que sigue una congoja helada.

Pues, aun estando ausente el ser amado,

nos asalta su imagen y resuena

dulcemente su nombre en los oídos.

Mas conviene ahuyentar tales imágenes

y escapar del amor, entretenernos

con otro asunto, derramar el semen

acumulado en un cuerpo cualquiera,

en vez de retenerlo y preservarlo

para un único amor, ya que ello causa

tribulación y pena inevitables.

Pues la llaga se aviva y se hace crónica

al prestarle atención, y el furor crece

cada día y se agrava el sinsabor;

a no ser que se apliquen a la herida,

todavía reciente, otros estímulos,

buscando alguna Venus callejera,

o se ponga el sentir en otra cosa.

Y no se priva del placer de Venus

quien evita el amor, sino que escoge

un placer sin pesares, que es más puro

para el sensato que para el amante.

    Y en el momento de la posesión

tiembla el ardor de los enamorados,

pues no saben por dónde comenzar

a disfrutar con manos y con ojos.

Estrujan con violencia al ser que aman

hasta causarle daño, mordisquean

sus tiernos labios, cómenlos a besos,

pues su placer no es puro: en ellos hay

un secreto aguijón que los incita

a herir al ser aquel, sea el que sea,

que les ha ocasionado tal locura.

    Mas algo alivia Venus los dolores

en medio del amor y el goce suave

que lo acompaña frena los mordiscos.

Existe una esperanza: que ese cuerpo

que provocó el incendio también logre

sofocarlo. Mas la naturaleza

se opone a que eso ocurra. Esta es la única

pasión que, cuanto más se pone en práctica,

arde más fieramente en nuestro pecho.

Pues bebida y comida se introducen

en nuestro cuerpo y, una vez en él,

cesa el deseo de ambas fácilmente;

mas de una cara hermosa el cuerpo nada

puede gozar sino su tenue imagen,

¡vana ilusión que se deshace al viento!

Igual que, en sueños, el sediento anhela

beber, y no hay licor que apague el fuego

de su entraña, pues va tras espejismos

de agua, y se afana en vano, y siente sed

mientras cree beber en ríos colmados,

así Venus engaña a los amantes

con espejismos: no les basta verse

cara a cara, ni pueden conseguir

apoderarse de los tiernos miembros

con esas manos que azarosamente

van recorriendo el cuerpo tan querido.

Y cuando al fin, los miembros enlazados,

gozan la flor de juventud y sienten

que ya llega el placer, a punto Venus

de inseminar la tierra femenina,

se estrechan codiciosamente, mezclan

saliva con saliva, inspiran, presos

los labios en los dientes... Pero en vano,

pues nada pueden extraer de allí,

ni habitar con su cuerpo en otro cuerpo

y fundirse con él (porque parece

que quieren eso y que por eso luchan).

¡Tan cautivos están entre las redes

de Venus, cuando el cuerpo se derrite,

aniquilado a espasmos de placer!

Cuando al fin la pasión, reconcentrada

en los nervios, escapa al exterior,

cesa por un momento el ansia ardiente.

Pero enseguida vuelve el frenesí

y prende idéntico delirio, en tanto

se preguntan a sí mismos adónde

los conduce su afán, y no consiguen

hallar ningún remedio a su ansiedad.

¡Hasta tal punto, así desconcertados,

van sucumbiendo por la oculta herida!



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