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martes, 30 de agosto de 2016

La identidad

Copland: Fanfarria para el hombre común

En este mundo en el que ser alguien significa casi sin excepciones haberse vendido a los demás -y, por lo tanto, ser nadie-, crear el propio yo y mantenerlo ―a pesar de los demás, e incluso a pesar de uno mismo― es la única victoria digna de celebrarse. Porque el infierno no es el otro, como afirmaba Sartre (¿por qué ha de importarnos la opinión de quienes no nos importan?), sino que está dentro de nosotros.

Esta es la pregunta, latente durante nuestra vida, que pocos se atreven a afrontar y contestar sin autoengaños: ¿Quién soy yo, acosado por el que fui -los que fui- y el que quisiera ser? Y nos vestimos y desvestimos de las máscaras y disfraces que mejor nos sirven para sobrevivir: sin caer en la cuenta de que el único traje a la medida que nunca se nos queda pequeño o grande es el de la verdad: la autenticidad.

Ardua cuestión esta, que además de caer sobre el hombre cotidiano, sufre el artista creador y malversan los políticos.