Visitas

Seguidores

martes, 16 de agosto de 2016

El donjuanismo

R. Strauss: Don Juan


 Demasiados hombres creen ser o haber sido donjuanes. Pocas mujeres confiesan ser su trasunto femenino. Pero existen tantas seductoras como seductores. En realidad, Don Juan es la Beatriz de Dante vista por la mujer machista: la posesión del Amor interpretada como la utopía de ser poseída -y poseer en ese instante- por el Amante. 
     En cualquier caso, sería necio aceptar la descalificación que se hace de Don Juan considerándolo un inepto, un superficial, pues supondría admitir que más de la mitad del género humano -las mujeres y, en el caso de las doñajuanas, los hombres- se enamora de lo intrascendente, lo liviano. Algo hay en el símbolo “Don Juan” que atrae más allá de la común atracción: el misterio, el enigma, la oscuridad que preludia transparencia. 
     Y, no obstante, es curioso observar que el donjuán (el seductor, la seductora) jamás es genialmente inteligente: porque la genialidad y la artisticidad producen miedo, cohíben, empequeñecen mientras deslumbran; y a la larga el deslumbramiento se llena de temor, y huye la deslumbrada y empequeñecida, pues ve, cada vez más, más evidente su pequeñez frente a la estatura mental de un ser de tal calibre. 
     Y al revés: no es extraño que un alto índice de artistas haya sido sujeto y objeto de numerosos amoríos, precisamente por el deslumbramiento que la personalidad del creador ocasiona, y, paradójicamente, porque al huir las enamoradas de su extraño e hipnótico mundo se ven impelidos hacia nuevas amantes. La misma singularidad de su vida íntima imposibilita al creador para vivir una vida común. Por eso Don Juan siempre es “el otro”: el que pretende ser mientras asume su fracaso.