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lunes, 8 de abril de 2013

El abrazo feroz

Wagner / Karajan: Marcha fúnebre (Sigfrido)

Clara sintió de repente un estallido en su cabeza: y se estremeció todo su cuerpo. Siempre había temido, llegada la ocasión, no controlar sus reacciones y aparecer esclavizada por la histeria. El diagnóstico era definitivo y su corazón era un naufragio mientras su mente trataba de poner riendas a su desbocamiento. El niño asustado que permanece oculto en las mazmorras de la conciencia, y gritando sus miedos, vencía al ser adulto que, se supone, ha aceptado que estamos rodeados de vida y, por lo tanto, de muerte.

Unos brazos surgidos de sus propias entrañas la abrazaban inexorablemente, y unos besos mordientes desde su propia boca la besaban y ardían, regresándola a un útero letal.


Todos le dirían que "no pasa nada", que hay que aceptar las cosas, que ... Pero no existen las cosas, sino su percepción; y cada uno es frágil o valiente según su itinerario sicológico. Es casi imposible romper los mecanismos del horror aunque lo que hay fuera de las emociones sean simplemente cosas y no monstruos. Los medicamentos, los besos, el abrazo inasible ayudan y consuelan de todo menos de la agonía que supone enfrentarse a la muerte.

Quería despertarse de aquel sueño, y cuando lo lograba la realidad era una pesadilla aferrada a su cuerpo como un crótalo inmenso obstinado en su presa.


Solía, en vez de pregonar sus desventuras, decirle a su pluma cuanto le atormentaba, y esta era su confidente y auténtico consuelo. Trazó unas líneas sobre la pared publicitaria y miró las estrellas: nunca le parecieron tan inalcanzables. 


Amanecía en todas partes, salvo en su corazón. Empezó a despedirse del sol y de la lluvia, del árbol y los pájaros: todo cuanto seguiría hilvanando la existencia.

Pensó en Claudio, en echarse a su lado y llorar hasta el agotamiento mientras la noche, como una tumba abierta, fuera abrazando su vida y la vistiese de luto para siempre.