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martes, 28 de marzo de 2017

Cuando la pluma toma la palabra

Strauss: Don Quijote

Cuando la pluma toma la palabra se la expropia incluso al autor y, con su aquiescencia, dice lo que debe y no lo que de ella se requiere. Ejemplo:
     Cervantes no escribió El Quijote para desenmascarar los libros de caballería -eso lo hizo con los primeros capítulos-, sino porque necesitaba sacar de las alforjas de su maltrecha vida todas las utopías y desengaños que habían estremecido su corazón. Si el hidalgo manchego hubiera sido simplemente un personaje paródico -como aparece en la primera salida, siguiendo el Entremés de los romances- no admiraríamos la novela cervantina como una enciclopedia del saber de la comedia humana. Pero Cervantes creó un alterego de sus sueños y devastaciones que son las de todos: y he ahí por qué Don Quijote somos todos. 
     La grandeza de Cervantes no radica solamente en haber construido tal catedral de la narración, prodigio de construcción diversa y unitaria, sino que además eligió el humor como mejor camino para mostrar la gran tragedia del ser humano: admitir que la realidad solo existe en los sueños.