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sábado, 18 de mayo de 2019

Dos elegías




Ravel: Pavana para una infanta difunta

Publicamos dos piezas de Antonio Gracia muy distintas y distantes en el tiempo, pero que versan sobre el mismo hecho: la aceptación y la ira.

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Efímero infinito

(Epitafio en Anaya)
1
Recuerda, tú recuerda cuando entre las palomas
que arrullaban el sueño de Fray Luis
el aire detenía su aliento en el crepúsculo
y todo se aquietaba como un mar melodioso.
Allí, junto a la noche, recitabas a Horacio,
a Yepes y otras voces extasiadas
en la contemplación de la alta mansedumbre.
El verso estremecía
la piedra de la luna, que acuñaba
su ex libris sobre el cielo manuscrito
por tu voz y mi voz, salmodiadoras
de la belleza en el amanecer.
Luego tensaba el arco de Cupido
sus flechas, y una música interior
nos devolvía al dulce Garcilaso.
2
Porque te fuiste sin poder decirme
siquiera un triste adiós, pongo en tus labios,
a veces, las palabras que quisiera
haberte oído. Y suenan despedidas
nobles como la noche,
mientras de nuestro abrazo se separan,
como la uña de la carne, cuerpos
dolientes; y oigo
gemir a Héctor y Andrómaca,
plañir a Hero y Leandro,
a cuantos castigó la suerte adversa
dividiendo su ser en dos mitades
que eran tan solo un alma.
Y ahora escucho Do vas, hermosa mía…,
Quisiera Dios que al retornar me encuentres…,
En tanto que te alejas yo te imploro…,
y otras cadencias mágicas
que mientras enardecen tu memoria
cavan en mi vivir mi monumento.
Me he convertido en una isla desierta
rodeada de duendes y naufragios.
Y sé que nunca has de volver a mí
porque nadie regresa de la muerte.
3
Nos dimos todo cuanto pueden darse
quienes quieren ser dioses para el otro,
y construimos tantos paraísos
que se transfiguraron nuestros cuerpos
en materia inmortal. “Soy un fragmento
del cosmos, y jamás he de morir
porque la muerte es otro nacimiento;
pronto seré una estrella”.
Como ofrendas del alma, nos decíamos
en mitad del amor susurros, sueños.
La piedra hirsuta y la marchita hoguera
aún recuerdan la historia de una noche
bajo el agua celeste. Miro ahora
la tierra gris, las hojas calcinadas,
y sé que yacen nuestros sueños rotos
en la silueta que grabó el amor
como un bajorrelieve sobre el tiempo.
No escucho las palabras susurradas
ni brilla aquel fulgor. Pero quisiera
desesperadamente haber sabido
que la felicidad consiste solo
en vivir cada instante como si fuera el último.
4
Envidio a quienes creen que hay un lago apacible
en el que desembocan las aguas de la vida
para saciar la sed de aquellos que perecen
sin haber satisfecho su amor en cuanto amaron.
Quisiera despertar de mi muerte algún día
y encontrarte inmortal, junto a mí para siempre.
Pero diera gustoso tan dulce eternidad
si pudiese volver a los días aquellos
en que la dicha era un hallazgo sin búsqueda,
un gozo sin conciencia de que todo se acaba.
En aquel mundo plácido sin eterno retorno
no existía la muerte ni existían más dioses
que los que cada uno, inocente y feliz,
arrancaba en el alma y en el cuerpo del otro.
5
Cuando mueren aquellos por los que moriríamos,
un inmenso sepulcro se abre en nuestro pecho
y enterramos la vida como a un cadáver triste
que cuelga de nosotros insistente.
Siempre decías que vivir es solo
tratar de recordar otra existencia
en la que fuimos todo cuanto queremos ser,
porque la muerte es una puerta ignota
tras la que abandonamos los recuerdos.
Tú que alumbraste mis marchitos ojos
y le diste razón a mi existencia,
vuelve un instante y dime que aún es tiempo
de entregarme a la vida y no a la muerte.
6
Nada perdura. Mueren las estrellas.
Los amantes se olvidan o se tornan ceniza.
La belleza es efímera; y su gozo, fugaz.
Todo zozobra y cae, y todo es un naufragio.
Las hojas se marchitan igual que sueños frágiles
y el mundo de los vivos nos recuerda a los muertos.
De nada sirve hallar consuelo en dioses
o en transfiguraciones de esta vida,
pues todo es podredumbre tras la muerte.
Ruinas son las que fueron monumentos
de la memoria alzada a la belleza.
No existen paraísos, solo infiernos.
Y la escritura es siempre un mausoleo.
En el último instante, en todo instante,
el corazón se abraza a la existencia
y quiere seguir siendo
cuanto fue, cuanto es, cuanto no ha sido.

Mosha Bieda

Ella era triste como una lascivia insatisfecha.
No sabía mirar, no sabía vivir, no sabía morir.
Ella era hermosa como un suicidio de quince años.
No quería ser triste, no quería ser bella, no quería ser muerte.
Ella vino en la noche como un beso en la noche.
Tenía el horizonte agarrado a su cuello
como una horca terrible sin forma de patíbulo
y se dejó caer hacia arriba, en la noche.
Ella vino en un beso masacrado, ella vino.
Ella era amor como una errata en un libro de lágrimas.
Ella no tiene cielos ni infiernos en sus ojos.
Tampoco los crepúsculos sonríen a su paso.
Y sin embargo el zoclo se detiene al oírla.
Ella era el cobalto, la manzana y el grítalo.
Quizásmente tal vez ella es una liturgia.
No hubo salacidad que rozase su piel de lepra virgen.
Ella no muere nunca porque no vive nunca.
Jamásmente ella ha sido lo que yo no soy nunca.
No enturbia, no conoce, no sonríe, no llora.
Sin embargo su pálpito eclipsa el universo.
Ella vino en la noche con un beso en la noche.
Ella vino en la noche como un beso en la noche.
Yo amé su piel de amianto para mi fuego inútil.
Murió hace doce años al erguirse hacia un beso.
Murió hace doce años llevándose mi vida.
La verdad: yo quisiera
no haber tenido que escribir este poema.

Antonio Gracia es autor de La estatura del ansia (1975), Palimpsesto (1980), Los ojos de la metáfora (1987), Hacia la luz (1998), Libro de los anhelos (1999), Reconstrucción de un diario (2001), La epopeya interior (2002), El himno en la elegía (2002), Por una elevada senda (2004), Devastaciones, sueños (2005), La urdimbre luminosa (2007). Su obra está recogida selectivamente en las recopilaciones Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), de 1993, y Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), de 2009. Entre otros, ha obtenido el Premio Fernando Rielo, el José Hierro y el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana. Sus últimos títulos poéticos son Hijos de HomeroLa condición mortal y Siete poemas y dos poemáticas, de 2010. En 2011 aparecieron las antologías El mausoleo y los pájaros y Devastaciones, sueños. En 2012, La muerte universal y Bajo el signo de eros. Además, el reciente Cántico erótico. Otros títulos ensayísticos son Pascual Pla y Beltrán: vida y obraEnsayos literariosApuntes sobre el amorMiguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo La construcción del poema. Mantiene el blog Mientras mi vida fluye hacia la muerte y dispone de un portal en Cervantes Virtual.

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