Visitas

Seguidores

jueves, 7 de diciembre de 2017

No aconsejarás

Brahms: Festival académico

Todos sufrimos las consecuencias de nuestros errores; todos quisiéramos no haberlos cometido; pero casi ninguno aceptamos que nos los señalen ni siquiera como signo de amistad y buen consejo. 
     A veces aconsejamos que es mejor hablar despacio que deprisa, que es mejor la conversación que la disputa, que hay que aminorar la prisa instalada en los genes sociales y personales, o que no hay que defender ni condenar a gritos al Sire Puigdemong sino aplicarle la ley, único dios ordenador de este mundo. Otras veces indicamos -porque nos lo preguntan- simplemente que un atuendo favorece más que otro, o que un verso disuena del conjunto... 
     Da igual: quienes nos oyen acaban sintiéndose molestos y criticados en vez de entender que solo les señalamos -y solamente en nuestra opinión- cómo mejorar. No admitimos que a veces hacemos mal esto o aquello porque así nos lo enseñaron; no queremos admitir que es simple cuestión de rectificar lo que aprendimos.      
     Y así, por dejación, el mundo se convierte en una bola de nieve que acumula errores destructivos con los que arrasa la convivencia.
     Cuánta prisa y ansiedad por tener razón aun sin razones, con lo fácil que es razonar y concluir que es de sabios rectificar y de necios persistir en la equivocación. Cuánta necedad en la defensa del egotismo y el olvido de la íntima humildad y el propio bien.
     La segunda vez que asistí a un claustro de profesores oí tantas sandeces y obviedades que, al terminar, escribí en el panel de sugerencias que los claustros tenían un valor terapéutico porque producían la sensación de ser más inteligente. La vez siguiente anoté que, puesto que todos los claustros eran igual y plúmbeamente profilácticos, debía grabarse el próximo y darnos una copia a cada profesor, con lo que se evitarían pérdidas de tiempo y de tumultos.
     Así es como, por decir escuetamente lo que pensaba, empecé a ganar amigos también entre mis semejantes de la docencia. No contaba yo con que a la hora de los claustros, mañaneros, los enseñantes no encontraban el libro inadecuado, ni el partido futbolero imprescindible, sino la discusión edificante con el oíslo de turno.
     "Esto es el mundo", me díjeme diciéndome, y se está pudriendo en la calle, la tele y la familia, repítome que me díjeme diciéndome.
     Hoy, como todo se cuece en las aulas y en la tele, y los ministros respectivos suministran materiales corrosivos para la educación, todo el mundo corre hacia ninguna parte, habla sin saber qué, e incluso se molesta si le aconsejas que piense antes de decir o hacer algo impensable. En fin: que casi todos odian a quienes les dicen lo que yo estoy diciendo (que, por cierto, es solo una opinión perspectivesca).

4 comentarios:

  1. Hola Antonio,no solo no te odio, sino que estoy de acuerdo contigo.
    En una sola frase describes todo: "Por dejación el mundo se convierte en una bola de nieve que acumula errores destructivos con los que arrasa la convivencia".
    Con tu permiso añado: No interesa la verdad, la causa de las cosas, prefieren quedarse en los efectos, acumuladores de rabia y de "sinrazón".
    Gracias por tus palabras.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Te agradezco tu opinión y tu añadido.
      Lentamente se va cumpliendo el verso: "El mundo no es lugar para vivir".
      Saludos.

      Eliminar
    2. Magnífico ! simplemente
      gracias
      lidia-la escriba
      www.nuncajamashablamos.blogspot.com

      Eliminar
    3. lupus homine lupum...o algo así era

      Eliminar