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lunes, 22 de julio de 2019

Historia proverbial de los amantes.


Purcell: Dido y Eneas

He aquí lo que ocurre más a menudo de lo que debiera: 
Una mujer -o un hombre- conoce a un hombre -o una mujer- poco común. Se ilusionan. Se alegran de haber hallado, al fin, a alguien tan diferente. Se enamoran de sus idiosincrasias, tan lejanas de la frivolidad y el convencionalismo, y tan esforzadamente conseguidas. Se ofrecen lo mejor que hay en ellos. Se unen. Pactan vidas, futuros... Y después, empujados por la succión inevitable del posesivo yo y de sus rutinas, cada uno se dedica, sin poder evitarlo, a tratar de convertir al otro en un hombre -una mujer- común. Y se rompe la magia. Y en vez de acoplamiento y reciprocidad hay cuentos de hadas incumplibles, cegueras y fatales egoísmos, inmadurez e irresponsabilidades... Y, sin ni siquiera poder salvar la amistad que los unió, se va cada uno de regreso a su vida, a buscar otro hombre -otra mujer- para lo mismo repetir mañana, en un bucle interminable y solipsista...
     Cuánto mejor sería para ambos aceptar que cada uno tiene un compartimento íntimo incompartible que los hace ser él, ella, y solo ellos; y que ir de la mano es ir del corazón -y del cerebro-.
     Y es que en el amor real hay mucho que darse y nada que exigirse.

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