Los versos de Trovadorius (II) (Una amable lectora pregunta por la identidad de Trovadorius, y apunta a un juglar florentino que habría abandonado Oriente por inquisiciones del Arzobispo de Constantinopla. Nada sé de ello, pero lo indagaré. Por lo pronto, continúo con sus poemas).
¿Quién, con una mente incansable en la tortura de sí mismo, se retaría -para librarse de esa esclavitud- a cometer un crimen con el que demostrarse que puede ser tan fuerte e impune como un dios? Efectivamente, en el túnel de mi vida, Raskolnikov era mi propio yo elevado a la categoría del prototipo del culpable sin causa que necesita crearla y vencerla. Es el paradigma de la culpabilidad, enraizada en el hombre por el judeocristianismo. El efecto autorretratístico de Crimen y castigo encontró su correspondencia al procesar al demiurgo que era Dios en el episodio de "El gran Inquisidor", en Los hermanos Karamazov. Inmenso Dostoieswki al retratar al hombre interior. (Tal vez la lectura de aquella muerte de la divinidad me impactó tanto porque me recordaba mi "aventura" adolescente del pájaro en la bóveda eclesiástica, que ya he contado otras veces: (pulsar >> Algunas respuestas (5) El pájaro en la bóveda).
Cristo en Sevilla, en el siglo XVI. El hombre bueno que fuera Jesucristo dejaba de ser aceptado por los hombres cuando renegaba de ellos al proclamarse dios: como si los hombres lo castigaran por su deserción de la mortalidad. El Evangelio se constituye en una utopía condenada por el conformismo cristiano.
Y así era. Los hombres necesitan a los dioses y al hombre bueno, pero abominan de ellos porque su bondad y divinidad demuestran la maldad y animalidad de los mortales. Así que, en verdad, de poco sirve "matar al padre", puesto que nos convertimos en él en una mutación interminable del complejo de Edipo. Por otra parte, "si Dios no existe todo está permitido", ya que no hay quien castigue el absoluto libertinaje.
Cien años cumple su muerte. Rubén Darío es uno de esos autores fascinados por la lengua que la interrogan y muestran nuevas posibilidades expresivas, y el tiempo les enseña que vale más como fin lo que se expresa que considerar finalidad el medio de expresión. No es, como Garcilaso, un autor que funde novedad del instrumento dictivo con perennidad de lo dicho, salvo en ocasiones.
Las obras de Darío pertenecen al hombre lúdico investido de poeta que encuentra al hombre trascendente al margen de su ludismo versal. Un poema tan sencillo como Lo fatal tiene mayor vigencia que sus ritmos poderosos o sus delicadezas de cuentos de hadas. ¿O alguien prefiere La princesa está triste... o Ya viene el cortejo...? Acudimos a estos para descansar del trabajoso vivir en la cotidiana metafísica del desencanto, y vamos a aquel para reconocernos como hijos de la condición mortal. Estos dos son "poéticos"; aquel es bello y verdadero, aunque su belleza sea dolorosa.
He aquí dos sonetos de Darío: el arquitectónico Caupolicán, y el metafísico Lo fatal:
Caupolicán
Es algo formidable que vio la vieja raza:
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.
Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro, o estrangular un león.
Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.
«¡El Toqui, el Toqui!» clama la conmovida casta.
Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: «Basta»,
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.
El soneto, "formidable" en su arquitectura, retrata al héroe en el momento en que demuestra su reciedumbre -episodio que Darío toma de la Araucana de Ercilla-, tras la cual es aclamado como una especie de mesías. Las hazañas del héroe -la sujeción del árbol, el poder sobre los míticos Hércules y Sansón-, apoyan su imponderable fortaleza, de tal modo que su casco lo forman sus propios "cabellos" y su "coraza" su misma musculatura pectoral. La hipérbole con la que se construye el retrato encuentra credibilidad ante la espectacular demostración verbal de Darío, hábil constructor de rítmicos heptasílabos geminados en alejandrinos -que juegan con el más una y menos una sílaba de finales esdrújulos y agudos- (Hércules, Sansón, por ejemplo), además de con la estructura trimembre ("anduvo"..., "le vio...") que hace avanzar inexorablemente al esforzado personaje hacia su clamorosa victoria sobre lo increíble.
En cambio Lo fatal renuncia a ese poderío verbal adelgazando la escritura hasta su sencillez natural, porque de poco sirve la altanería frente al destino que conduce a la muerte: el tedio que aplasta al hombre le hace escribir -aparentemente- con descuido, escondiendo el soneto que en realidad conforman los versos, dejando caer con ordenado desaliño el encabalgamiento (versos 8-9), buscando la premura de la temporalidad en el continuado y pertinaz polisíndeton (y...): hastiando su existencia y su expresión, deseando la insensibilidad para evitar el sufrimiento de la conciencia ante el sinsentido de la batalla interior entre eros y tánatos (la "carne", la "tumba") que forjan un vivir sin causa ni consecuencia conocidas:
En vez de preguntarse si había hecho algo mal, aun sin querer, Z decidió que fue X quien se equivocó, y empezó a romper y tachar cuantas cosas los habían unido. Hizo añicos sus cartas, maldijo su recuerdo, quemó incluso las sábanas que tantas veces los habían acogido y endulzado... hizo todo aquello que convierte en rencor lo que antes fuera o parecía amor.
El amor propio herido ha matado más amores que el odio. ¿Es que ya no sentían nada el uno por el otro? ¿Esperaba cada uno que fuese el otro quien diera un primer paso? ¿Y no debiera ser el que se aleja el que debe regresar, si es que así lo desea? ¿Pero, en la confusión de sentimientos y estrategias, quién fue el primero en no seguir la línea recta?
Fácil hubiese sido hablar, aclarar, tratar de restablecer, despedirse afablemente si era eso lo indicado, mostrar el rostro amable... reconocer que las conversaciones convertidas en disputas por la ansiedad son las que impiden la comunicación... Pero nos duelen las opiniones adversas porque tememos que sean ciertas y no las hemos asumido; las rechazamos como una agresión cuando realmente son auxilios que nos entregan con nobleza. Sus relaciones habían sido guadiánicas; pero cuando se juntaban se convertían en un único y luminoso manantial del que ni siquiera Heráclito habría dicho que no quería "bañarse dos veces en el mismo río". X sostenía el brumoso papel de la única carta que le escribiera Z: ¿Cómo podía haber escrito tanta amorosa falsedad, si es que lo era, o tanto autoengaño, solo unos pocos días antes? ¿O era todo un error de perspectiva?
Comoquiera, todo lo arrasa el tiempo con su furia, y la contumacia no consiste solo en imponer el propio criterio erróneo, sino en ser irresponsable con la conducta que se deriva de ella: indica que se poseen pocas ventanas por las que mirar el mundo, y, además, están cerradas para que no nos indiquen que nos equivocamos. Pero sobre todo, y al margen de todo: ¿Detenerse en lo que es circunstancial en vez de arracimarse en lo esencial? ¿Tratar más de lo que separa que de aquello que une? ¿Convertir lo que fueron abrazos en espadas? ¿Matar y morir por un error sin nombre cuando quedan tres días que vivir?
VII.- Profecía cumplida Mira la lluvia fecundar la tierra
y esta engendrar los árboles, los frutos; ve el árbol extenderse en sus raíces
y convertirse en canto porque el pájaro anida entre sus ramas; ve las flores sembrar su polen por el universo
en una sinfonía interminable, expansiva y perenne
hacia la perfección.
De igual modo nací, sentí, pensé
y acumulé paisajes, sensaciones
y pensamientos para que algún día reconociese la criatura exacta
en la que la armonía hallase forma.
Y me bastó encontrarte y escucharte, tocar tu mano y elevar tus ojos
para saber que cuanto yo esperaba
se me entregaba en ti.
VIII.- La ofrenda del océano
He rociado tu cuerpo con uvas y cerezas
y mordido en tu boca naranjas y limones,
rojas fresas y besos.
El mar tempestuoso bramaba en sus espumas
golpeando las rocas, salpicando la tarde.
Tu cabello gorgónico me ha envuelto
en la fascinación de un dulce látigo
y me ha atrapado en su húmedo chasquido
rutilante y feroz. Ha sido como
si me invadiese el mar con sus tormentas
al penetrar tu cuévano profundo.
Y en el hueco de piedra, donde los arrecifes
moldearon un lecho tal vez para sirenas,
has hundido tu carne dorada y has surgido
desnuda como un cielo despejado,
de nuevo transparente, igual que si una diosa,
al salir de su baño, arrastrase el océano
tras de sí para mí.
IX.- La ofrenda de los dioses
Amarrado a tu cuerpo, ¿quién podrá
decirme que la tierra no es de carne,
que el cielo no está en tus labios,
y la felicidad en tu sonrisa?
Miro pasar las aves como olas
diciéndonos adiós
y se van los crepúsculos, dejando
en tus ojos la luz de otra mañana.
¿No he de sentir que el mundo es el regalo
de un caprichoso dios que me ha escogido para ensayar en mí su potestad?
El nombre de la rosa (Descubrimiento de la biblioteca)
Las buenas novelas, las de los autores con idiosincrasia metafísica, nunca tienen una notable traducción en el cine. No es fácil convertir en imágenes narradas el mundo mágico de quienes lo crearon con palabras. Sin embargo hay muchas películas excelsas surgidas de malas o mediocres novelas. Lo cual se resume en que el referente nunca está a la altura de lo referido cinematográficamente.
El nombre de la rosa de Annaud supo recoger el paisaje inquisitorial de la novela de Umberto Eco sustituyendo las largas erudiciones por recreaciones medievales adecuadas y personajes bien interpretados. Matar un ruiseñor es una novela insuficiente que en la pantalla crece con el inolvidable Gregory Peck y su nobilísimo Aticus. La mediocre Psicosis se convierte en obra maestra en manos de Hitchcock, así como Lo que el viento se llevó en las de V. Fleming y sus colaboradores. Orson Welles estira lo que no hay en La dama de Sanghay y rentabiliza El proceso kafkiano. Puzzo no está a la altura de El Padrino de Coppola. En cambio Richard Brooks no puede sino falsificar Los hermanos Karamazov. ¿Cómo llevar a la pantalla el discurso introspectivo de Dostoiewski o la aventura interior de Robinson Crusoe? ¿Y quién conseguiría dar credibilidad a Don Quijote, a pesar de las varias versiones que lo han intentado?
Todo ello nos lleva a una conclusión: si difícil es traducir idóneamente de un idioma a otro, más lo es hacerlo de un arte a otro.